Cómo empezó todo...

Noviembre del 91,
alguna hora de alguna tarde, de algún día de aquel fatídico mes.

Por fin ya estoy en casa, con tanto dolor de estómago como de corazón.

El frío suelo del baño, abraza con empeño mi gélido cuerpo, mi rabia empuja con fuerza la comida que debería quedarse en el estómago, mis brazos en la taza del wc, aguantan estoicos el peso de una niña que no entiende por qué. Porque cada Domingo ella tiene que ir a comer con ella, con la otra, aquella mujer a la que tanto, tantos años odió.

No sé cómo, ni por qué, pero ahí estoy, aliviando mi angustia de una forma que jamás nadie me enseñó, estremecida, entiendo a la perfección las consecuencias del destino al que me aboco sin razón, percibo el sabor del dolor en mi boca, aprieto aquel botón deseando que mis miedos desaparezcan con el agua hacia algún lugar que no sea yo… me limpio la vergüenza de mis labios, y así, sin saber cómo ni de qué forma, nació aquel, el primero de muchos, demasiados días de autodestrucción.

Y así sin más, un domingo cualquiera, de un mes cualquiera de aquel fatídico año, me preparaba para entrar en mi adolescencia con aquella única herramienta con la que ingenuamente pensaba resolver todos y cada uno de los problemas que tenía y/o creía tener.

Pasaban los días, y nada cambiaba. Mi entorno, tan caótico como mi interior, proporcionaba el escenario perfecto para que con los años, la bulimia se instalara de lleno en lo más profundo de mi ser.

Mi cuerpecito, a pesar de las vicisitudes, soportaba con entereza aquel maltrato que yo le daba, mi ego, en su mayor esplendor, disfrutaba los elogios ofrecidos a aquel físico imponente, que por dentro moría lentamente.

Desilusión tras desilusión, caída tras caída, atracón tras atracón, pasaban los años sin olvidarse de grabar a fuego estas grandes mentiras, que durante años fueron mis malditas grandes verdades:

"No eres digna de ser amada, no eres digna de ser feliz,
tu enfermedad no se cura, no tienes a nadie, ni te tienes a ti".

Entre tanto desasosiego, busqué el amor donde menos lo podía encontrar, encontré desamor donde menos lo podía esperar, vi médicos que no me supieron ver, enfermé con la medicina que me pudo curar.

En este estado de no estar, no tenía más solución que quitarme la vida que no podía sanar, aunque a lo lejos, milagrosamente y casi sin hablar, crecía esta idea loca de que si nadie pudo hacerlo… yo sería capaz.

Y así, de repente, una mañana cualquiera, de un día cualquiera de aquel maravilloso mes, dejé mi familia, mi carrera, mi país… y empecé un viaje de 15 años por el mundo que me llevó de vuelta a mí.

Hoy, desde este ordenador, repaso mis recuerdos, mis diplomas, mis batallas y todo lo que viví, con la certeza absoluta de que ese plan divino tenía este divino fin:

Proporcionarme las herramientas para que hoy, superviviente, pueda ayudarte con todo lo que aprendí.